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La Música en la Litúrgia

MONSEÑOR LUIS ALESSIO

Primer preludio. En 1723 el mayor Daniel Abraham Davel organizó en Lausana (suiza) una insurrección para liberar a uno de los cantones del dominio de la república de Berna. Fracasó y fue condenado a morir decapitado. Con toda calma subió al patíbulo y desde allí pronunció un largo y meditado discurso de despedida. En su arenga desde el patíbulo se detuvo a examinar el desorden reinante en el servicio eclesiástico, diciendo:

"¿ Cómo se cantan las alabanzas al Señor? No hay sentido del orden, no hay música autentica, no hay nada calculado para despertar y mantener la devoción. Y sin embargo, esta parte del servicio divino es una de las más importantes y la única que demuestra eficazmente la elevación de nuestros corazones hacia Dios... Los exhorto a que dediquen nueva y seria atención, a fin de corregir las faltas de las que en el presente ustedes son culpables con respecto a ella..."

Y dirigiéndose a los estudiantes de teología:

"Ustedes descuidan sus estudios por los placeres mundanos. Ustedes no se esfuerzan en grado alguno en aprender música, que tan necesaria es para cantar las alabanzas del Señor. Los cantos de la iglesia constituyen un elemento esencial del culto divino y tienen un valor infinito para ayudarnos a elevar nuestros corazones a Dios. Les ruego que se apliquen con todo el celo posible a la preparación para el ministerio sagrado".

Finalmente se despidió de los otros pastores sollozantes que permanecían al lado suyo, se quitó el saco y puso la cabeza en el tajo. (Percy A. Shoels, Diccionario Oxford de la Música, tomo II, Barcelona 1984, 2°, pp.881-882)

 

Segundo preludio. "La música desempeña, entre las manifestaciones del espíritu humano, una función elevada, única e insustituible –dice el papa Juan Pablo II-. Cuando ésta es realmente bella e inspirada, nos habla, incluso mas que todas las demás artes, de la bondad, de la virtud, de la paz, de las cosas santas y divinas. Y no en vano ha sido y será siempre parte esencial de la liturgia, como podemos deducir de las tradiciones litúrgicas de los pueblos cristianos de cada continente" (Juan Pablo II, al coro "Harmonici cantores" el 23 de diciembre de 1988)

La música no es ingrediente y ornamentación de la liturgia, sino liturgia misma, componente esencial de toda acción litúrgica. Sin música no hay liturgia. "No se puede hablar de liturgia sin hablar también de la música sacra, y donde la liturgia es rectamente entendida y vivida, allí también crece bien la buena música de iglesia" (Cantate al Signore un canto nuovo. Saggi di cristolotia e liturgia, Milano 1996, p. 164) .

No creo que delante de este auditorio deba esforzarme por desarrollar estas ideas. Sería como empujar una puerta abierta. Por eso, entre las multiples aproximaciones sugeridas por le titulo de esta conferencia, prefiero solamente acentuar algunos aspectos de la cuestión, aspectos parciales seguramente pero muy importantes y algo descuidados.

 

LITURGIA CELESTE Y LITURGIA TERRESTRE

En la Constitución Conciliar un breve pero importante artículo (el n° 8) sintetizaba la dimensión escatológica de la liturgia en dos niveles: uno de participación actual, de comunión entre el tiempo y la eternidad: ya ("pregustamos", "tomamos parte"). El otro, de mirada futura, de estremecimiento en la esperanza, de peregrinación: pero todavía no ("nos dirigimos", "aguardamos"). El texto de Concilio, ha sido literalmente retomado en el Catecismo de la Iglesia Católica, sugestivamente concluyendo la exposición sobre la obra de Cristo en la Liturgia. (Catecismo n° 1090. En adelante citamos solamente el número)

La liturgia terrestre es, pues, anticipación. Anuncia de antemano lo que ha de venir. Apunta hacia el futuro escatológico: "los signos sacramentales prefiguran y anticipan la gloria del cielo" (1152); la Eucaristía "nos hace realmente Iglesia en la gloria del Reino" (1340); el Espíritu Santo "nos hace realmente anticipar la comunión plena con la Trinidad Santa" (1107); en el sacramento de la penitencia, "el pecador, confiándose al juicio misericordioso de Dios, anticipa en cierta manera el juicio al que será sometido al fin de esta vida terrena... y no incurre en juicio" (1470).

Pero la liturgia terrestre es también participación actual, unión con la liturgia celestial: "en los sacramentos Cristo, la Iglesia recibe ya las arras de su herencia, participa ya en la vida eterna, aunque aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo (Tit. 2, 12)" (1130). Las imágenes de los santos que adoran nuestros templos "manifiestan ‘la nube de testigos’ (Hb 12, 1) que continúan participando en la salvación del mundo y a los que estamos unidos, sobre todo en la celebración sacramental" (1161). "Por la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna..." (1326). "A la ofrenda de Cristo se unen no solo los miembros que están todavía abajo, sino también los que están ya en la gloria del cielo" (1370).

Por hay mas: la liturgia no es solamente anticipación ni solamente participación. Mirando las cosas "desde arriba" podemos afirmar que no es el hombre quien pone su cabeza en el cielo sino que es el cielo que irrumpe poderosamente en la historia para que él hombree pueda asociarse: "La economía de la salvación actúa en el marco del tiempo, pero desde su cumplimiento en la Pascua de Jesús y la efusión del Espíritu Santo, el fin de la historia es anticipado, como pregustado, y el Reino de Dios irrumpe en el tiempo de la humanidad" (1168)

Esta visión grandiosa, particularmente importante y sorprendente, introduce la enseñanza del Catecismo sobre la celebración litúrgica, precisamente al responder a la pregunta sobre el sujeto de la misma: ¿Quién celebra?

La respuesta es neta y profunda: "La liturgia es <acción> del <Cristo total>. Los que desde ahora la celebran, mas allá de los signos, participan ya de la liturgia del cielo, donde la celebración es enteramente Comunión y Fiesta." (1136)

Los dos números siguientes, en una redacción que combina como multicolores resellas de un imponente mosaico abisal, textos y símbolos tomados de las teofanías de los profetas Ezequiel e Isaías y de las descripciones de la liturgia celestial de Hebreos y del Apocalipsis, describían "la celebración en la liturgia celestial".

En primer lugar el termino del servicio de alabanza celestial, una alabanza que se dirige a Dios Padre: "<Un trono estaba erigido en el cielo y Uno sentado en el trono> (Ap 4,2); <el Señor Dios> (Is. 6,1)" a Jesús el Señor ; "Cordero, <inmolado y de pie> (Ap. 5,6); Cristo crucificado y resucitado, el único Sumo Sacerdote del santuario verdadero, el mismo <que ofrece y es ofrecido, que da y que es dado>" y al Espíritu Santo: "el río de Vida que brota del trono de Dios y del Cordero> (Ap. 22,1), uno de los mas bellos símbolos del Espíritu Santo ". (1137)

Luego se enumeran los participantes de esta liturgia celestial: "las Potencias celestiales, toda la creación (los cuatro vivientes), los servidores de la Antigua y Nueva Alianza (los veinticuatro ancianos), el nuevo Pueblo de Dios (los ciento cuarenta y cuatro mil), en particular los mártires <degollados a causa de la Palabra de Dios> y la Santísima Madre de Dios (la mujer, la esposa del Cordero), finalmente <una muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas>". (1138)

Finalmente, la conclusión: es la liturgia eterna la que se hace presente en nuestras celebraciones: "en esta Liturgia eterna el Espíritu y la Iglesia nos hacen participar cuando celebramos el Ministerio de la salvación en los sacramentos". (1139)

¿Hay aquí un nuevo punto de partida para la elaboración de la teología de la liturgia? Se sabe que el planteo teológico de la Mediator Dei fue criticado por partir "desde abajo", de una noción de culto natural elevado al orden sobrenatural. El Concilio ha privilegiado otro punto de partida: el plan salvífico desarrollado en la historia de la salvación que atraviesa diversas etapas. Podría decirse que se parte "desde atrás hacia delante". ¿No hay en estas indicaciones del Catecismo una invitación a partir "desde arriba", desde el cielo hacia la tierra? Obviamente, asumiendo la verdad de la Mediator Dei y de la Sacrosanctum Concilium. Una teología del culto que partiera desde la celebración celestial ¿no ayudaría a comprender tantos símbolos y textos que nos parecen inalcanzables o inactuales? En todo caso, en mi opinión, es la mejor manera de fundamentar el esplendor de la música litúrgica.

La Verdad de Cristo resplandece en su Cruz y en su Resurrección. Entonces brota la liturgia. Desde su Ascención, Cristo la celebra junto al Padre, eterna y vivificante, y la derrama sobre el mundo por la efusión de su Espíritu. Desde entonces, Jesús es el Viviente, el que da la Vida (cf. Jn 5).Ahora puede el torrente de Vida que brota del Trono de Dios y del Cordero. Eses poderoso torrente de Vida que brota de la humanidad de Cristo resucitado, he allí la Liturgia.

En las celebraciones litúrgicas nosotros acogemos la Liturgia celeste y participamos en él, al encuentro de Aquél que viene. En la liturgia Él anticipa ahora esta venida que nos había prometido. La liturgia es parusia anticipada, es la irrupción del <ya> en nuestro <todavía no> (J: Ratzinger, Cantate al Signore un canto nuovo. Saggi di cistologia e liturgia, Milano 1996, p. 156)

Pero el Señor Resucitado no está solo. El Apocalipsis nos lo muestra circundado por una gran multitud ángeles que cantan. Su canto es la expresión de una alegría que será anulada, el jubilo de la libertad que encontrado su plenitud. La música de la Iglesia no es un espectáculo unido a la liturgia sino que es liturgia, es decir, entrar a cantar en el coro de los ángeles y de los santos. Por eso debe ser distinta de la música que se destina a conducir hacia el éxtasis rítmico, el aturdimiento de los alucinógenos, la emoción sensual, la disolución del Yo en el Nirvana, para mencionar solamente algunas de las posibles actitudes.

"El canto de la tierra es el de los peregrinos que van camino de su patria. En él resumen ya la alegría de la cuidad deseada, pero mezclada todavía con la súplica y la oración de petición, ya que el caminante se ve asediado con mil dificultades y peligros. Solamente cuando alcancemos la patria definitiva, entonces podremos ofrecer un canto puro de alabanza, sin tener que añadir a él la petición y la suplica" (San Agustín, Serno 252,9; Enarr. 2. In Ps 29,16, Enarr. 2, In Ps 26,14)

Esta maravillosa capacidad del arte, y particularmente de la música, de orientar nuestras almas hacia la consumación escatológica, ha sido muy bien expresada por el poeta francés Charles Baudelaire: "es este inmortal instinto de lo bello lo que nos hace considerar la tierra y sus espectáculos como un atisbo, como una correspondencia del cielo. La sed insaciable de todo cuanto está más allá, y que revela vida, es la prueba más viviente de nuestra inmortalidad. Es a la vez por la poesía y a través de la poesía, por y a través de la música, como el alma vislumbra los esplendores situadas detrás de la tumba" (L´art romantique0, Prologue)

"Al poner en evidencia la insuficiencia del lenguaje para traducir la totalidad de la experiencia humana, - dice un pensador argentino- todo arte y muy especialmente la música, nos corre el velo que oculta la existencia de lo trascendente, de la presencia indecible, de lo otro que hay más allá de la frontera del lenguaje (...) la voz humana puede tocarnos mas íntimamente que ninguna otra experiencia al aproximarnos a la frontera de lo otro, al llevarnos a la tierra incógnita de la humanidad. Al conducirnos a un hogar al que pertenecemos aunque nunca lo hayamos visitado (...) La música no lleva más allá de nosotros mismos y nos deja en una compañía mucho mejor que la nuestra" (Guillermo Jaim Etchewerry, Esculturas en el aire, Revista La Nación del 1° de febrero de 1998)

 

¿CRISIS DE LA PARTICIPACION?

A partir de la famosa afirmación de San Pío X sobre la participación activa de los fieles "en los sagrados ministerios y en la oración publica y solemne de la Iglesia es la fuente primera e indispensable del verdadero espíritu cristiano" (Motu propio "Tra le sollecitudini" (1903), los documentos pontificios fueron reintegrando el concepto y alentando la practica de la participación. Así Pío XI en la Construcción Apostólica "Divini cultus" (1928) como Pío XII en la encíclica "Mediator Dei" (1947)

El Concilio Vaticano II realiza un aporte decisivo en el a. 14 de la Constitución Sacrosanctum Concilium" (1963) no solamente por colocar la participación como idea conductora de la renovación litúrgica, sino al dar sus fundamentos teológicos: la participación de los fieles en la liturgia en una exigencia de su naturaleza eclesial y un derecho y un deber de los bautizados:

"La santa madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exigen la naturaleza de la misma liturgia y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano, <linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido> (1Pe 2,9; cf. 2, 4-5)"

Este derecho - deber de la liturgia y particularmente a la Eucaristía es uno de los ejemplos mas elocuentes de la nueva y especifica juridicidad que el bautismo confiere a quien lo recibe: "por el bautismo, los cristianos, a titulo común, quedan hechos miembros del Cuerpo místico de Cristo sacerdote, y por el carácter que se imprime en sus almas son consagrados para el culto divino, participando así, según su condición, del sacerdocio del mismo Cristo" (Pío XII, Encíclica Mediator Dei: AAS, 39,1947,555).

En general, este concepto de participación activa ha ejercido un influjo indiscutiblemente benéfico. Hoy en día nadie querría renunciar a él. En todo caso, lo que ahora nos preguntamos es si no ha llegado la hora de un balance. Porque este concepto ha sufrido, después del concilio, una restricción fatal. Es decir, surgió la impresión de que se tendría una participación activa solamente donde se realizara una actividad exterior, verificable: discursos, palabras, cantos, homilías, lecturas apretones de manos..." (J. Ratzinger, La festa de fede. Saggi di teología litúrgica, Milano 1990, 2°, p. 98).

"En algunos casos ha habido una interpretación errónea de la naturaleza auténtica de la liturgia que ha llevado a abusos, polarización y a veces, incluso, a graves escándalos" (Juan Pablo II, Alocucion a un grupo de obispos del noreste de EEUU en octubre de 1998)

De lo que se trata entonces es de perfilar mejor el contenido de la participacion liturgica, de integrar todas sus dimensiones, y en particular lograr una participacion en el ministerio y no solamente en los signos.

 

LA DIMENSION CONTEMPLATIVA

"El desafío ahora consiste en superar todas las incomprensiones que ha habido y buscar el punto exacto de equilibrio, en especial entrando más profundamente en la dimensión contemplativa del culto, que incluye el sentido del temor de Dios, la reverencia y la adoración, que son actitudes fundamentales en nuestra relación con Dios" (Juan Pablo II, Alocución a un grupo de obispos del nordeste de EEUU en octubre de 1998).

"Nada de lo que hacemos en la liturgia puede aparecer como más importante que lo que, invisiblemente, Cristo hace por obra su espíritu. La fé vivificada por la caridad, la adoración, la alabanza al padre y el silencio de la contemplación, serán siempre los primeros objetivos para una pastoral litúrgica y sacramental". (Juan Pablo II, Carta apostólica XXV, annus).

 

APRENDER A ESCUCHAR

Todos sabemos que la participación activa se realiza con gestos, palabras, cantos y servicios. "Sin embargo, la participación activa no excluye la pasividad del silencio, la quietud y la escucha: en realidad, la exige. Los fieles no son pasivos, por ejemplo, cuando escuchan las lecturas o la homilía, o cuando siguen las oraciones del celebrante y los cantos y música de la liturgia. Estas son experiencias del silencio y quietud, pero también a su modo, son muy activas en una cultura que no favorece ni fomenta la quietud meditativa, el arte de la escucha interior se aprende con mayor dificultad. Aquí vemos como la liturgia, aunque siempre debe inculturarse adecuadamente tiene que ser también contracultural" (Juan Pablo II, Alocución a un grupo de obispos del nordeste de EEUU en octubre de 1998).

La participación debe ser consciente: "pero eso no se identifica con un intento constante en la liturgia por hacer explícito lo implícito, dado que esto lleva a menudo a una verbosidad y a una informalidad extrañas al Rito romano, que acaban por restar importancia al acto de culto. Tampoco significa la supresión de toda experiencia subconsciente, que es vital en una liturgia que se desarrolla mediante símbolos que hablan tanto al subconsciente como al consciente". (Juan Pablo II, Alocución a un grupo de obispos del nordeste de EEUU en octubre de 1998).

"Se ha dejado de lado la música grande de la iglesia en nombre de la participación activa, pero esta participación ¿no puede significar acaso también el percibir con el espíritu, con los sentidos? ¿es verdad que no hay nada de "activo" en el escuchar, en el intuir, en el conmoverse? ¿no hay aquí un empequeñecimiento del hombre, un reducirlo a la sola expresión oral, justo cuando sabemos que aquellos que hay en nosotros de racionalmente consciente y emerge en la superficie es solamente la punta del iceberg en relación a aquello que es nuestra totalidad?". (V.Messori, a coloquio con il cardinale J.R. Rapporto sulla fede, Cinisello Balsamo, 1985, p. 132).

"El canto, cada vez más ligado a la palabra ha terminado por construir un relleno, afirmando de ese modo su decadencia. Desde que se da a si mismo la misión de expresar el sentido del discurso, sale del dominio musical y ya no tiene nada más de común con él" (Igor Stravinsky, Poética musical, Bs. As., 1952, 2ª., p. 53).

No es verdad que una liturgia deba ser necesariamente celebrada en la lengua vernácula. Hay religiones que no piensan siquiera en modificar las propias lenguas sagradas (el sanscrito, por ejemplo, para los indúes o el árabe, para los musulmanes aunque no sean árabes) sobre la base de una presunta evidencia general de necesaria comprensión. El uso de las lenguas vernáculas ha abierto ciertamente los tesoros de la liturgia a todos los que toman parte en ella, pero no quiere decir que el latín, y en especial los cantos que se han adaptado maginificamente a la índole del Rito romano, tengan que abandonarse completamente. "Si se ignora la experiencia subconsciente en el culto, se crea un vacío de afecto y devoción, y la liturgia no solo puede llevar a ser demasiado verbal, sino también demasiado cerebral."

 

APRENDER A CALLAR

"Pero el elemento esencial del culto tiene que ser interno. Efectivamente, es necesario vivir en Cristo, consagrarse completamente a él, para que en él, con él y por él se dé gloria al padre. La sagrada liturgia requiere que estos dos elementos estén íntimamente unidos; y no se cansa de repetirlo cada vez que prescribe un acto de culto externo..." (Pio XXII, Mediator Dei, n. 17).

No hay que olvidar que las mismas palabras pronunciadas en la liturgia tienen sentido solamente en un cumplimiento personal interior. La actividad no consiste solamente en la alternancia de las posiciones de pie, sentados o de rodillas, sino tambien en aquello que se vive en la interioridad y que constituye la acción dramática real del conjunto. "Oremos": ha aquí una invitación a un acontecimiento que toca nuestra interioridad. "Levantemos el corazón": esta palabra y el hecho de ponerse de pie al mismo tiempo no es pos así decirlo, más que la parte visible del iceberg. Lo esencial acontece en las profundidades que se reorientan hacia lo alto. "Este es el Cordero de Dios": se trata aquí de una mirada del todo particular que está lejos de realizarse si no se hace otra cosa que mirar exteriormente la historia.

"El silencio liturgico es como un viaje comunitario hacia el interior, como una interiorización de las palabras y los signos, como liberación de roles públicos que esconden lo propio de una persona es indispensable para una verdadera actuosa participatio (...) Por eso es particularmente urgente la educación a la interiorización, la aproximación al núcleo esencial, más aún, se juega la sobrevivencia de la liturgia en cuanto tal. Solamente el coraje de volver a aprehender en el silencio, la palabra puede salvar de una acumulación de palabras que en el fondo induce a hablar justamente allí donde debería encontrarse la <Palabra> -el Logos- que, en cuanto palabra delamor crucificado y resucitado es la autorización a la vida y a la alegría". (J.Ratzinguer, La Festa della fede. Saggi di teología liturgica, Milano 1990, 2da., pp. 68-69).

 

LA MUSICA ES UNA BELLA ARTE

La Iglesia siempre fue amiga de las artes porque el arte se encuentra "entre las actividades más nobles del ingenio humano". La obra de arte, por su naturaleza, "está relacionada con la infinita belleza de Dios" que intenta expresar de alguna manera por medio de obras humanas y, entre artes, ocupa el primer lugar la música: la música sacra "sobresale sobre las demás expresiones artísticas" (catesismo de la Iglesia Católica 1156). Porque –al decir de Pio XXII- la música es un regalo que Dios ha hecho a los hombres. "Entre los muchos y grandes dones naturales con que Dios ha enriquecido a los hombres creados a su imagen y semejanza se debe contar con la música, la cual, como las demás artes libres, se refiere a los gustos espirituales y al gozo del alma". (MSD 2).

"Mientras la teología de la Iglesia Católica romana ha desarrollado intensamente aproximaciones al misterio de Dios en términos del ser (la metafísica de la presencia) la verdad (la inteligibilidad de lo divino), y la bondad (el orden moral), aproximaciones al misterio de Dios en término de belleza (una estética teológica) han resultado comparativamente subdesarrollados. Esta deficiencia ha impactado en la vida cultual romano católica y puede remediarse mediante la atención a las estéticas teológicas desarrolladas con teólogos y pensadores contemporáneos como Hans Urs von Bathazar y Nichols" (Jan Michael Joncas, from sacret song to ritual music, collegeville, Minesota, 1997, p. 49).

 

LA PARTICIPACION DE LOS SENTIDOS

Uno de los defectos de nuestra práctica liturgica es la de ser excesivamente conceptual, verbalizada y abstracta, un tanto fria y triste. Necesitamos una liturgia que tome al hombre en su totalidad, que no se avergüence de expresar sentimiento emociones y afectos. Dios habla al hombre entero, no solamente a su inteligencia. Es todo el hombre el que tiene que ponerse en tensión al vivir su experiencia religiosa. Jesús haciendose hombre asumió todo el ser hombre, los sentimientos deben quedar integrados en nuestra actividad religiosa y cultural. La liturgia debe comprenderse de modo completo haciendo participar todos los sentidos. "Todas las potencias del alma junto con todas las potencias del cuerpo, desde los pies hasta la cabeza deben estar presentes en el canto del artista avisado, y todo el hombre estará en su sonido" (F. Francon –Davies).

Para que la celebración litúrgica sea una verdadera experiencia de conversión a Dios "es necesario que se dirija a todo el hombre, no solo a su inteligencia sino también a sus sentidos. De aquí deriva el lugar que hay que dar a todo elemento de belleza, al canto, a la música, a la luz, al incienso" (Juan Pablo II 12/2/1988 a un curso de actualización promovido por la CEI en L´Osservatore Romano XX, 1988, 190).

La belleza es esencial en la vida litúrgica y en la misión de la Iglesia, es un signo efectivo de la presencia y acción de Dios, expresa el gozo y el delite ya que pertenece al orden trascendental y metafísico, por eso tiende de por si a llevar al alma más allá de lo creado, a conducirla lo alto.

 

LA MUSICA CORAL, UN AUTÉNTICO MINISTERIO LITURGICO

"Cuantos pertenecen al la Schola Cantorum desempeñan un verdadero ministerio litúrgico. Ejerzan pues su oficio, con la sincera piedad y el orden que conviene a tan grande ministerio y les exige con razón el Pueblo de Dios" (SC 29).

El oficio del cantor en la Iglesia es una función del altar, ejercida en otro tiempo por clérigos revestidos con vestimenta litúrgica.

Realiza una verdadera función ministerial activa arropando, conduciendo y promoviendo el canto comunitario; conserva vivo y cultiva acrecentándolo con esmero el tesoro sacro musical, crea un clima de ambientación festiva, crea espacios que fomentan la contemplación, da color más propio a cada una de las celebraciones del año litúrgico para que el pueblo cristiano tenga vivencias más hondas de las distintas facetas del misterio, entusiasma y contagia a la asamblea con una especie de magnetismo espiritual que la despierta y la aúna para dar su respuesta a Dios en el diálogo salvífico, va educando progresivamente al pueblo en forma de expresión cualitativamente más elevadas, recoge y ofrece los sentimientos de la asamblea con el esplendor y la belleza que el canto de solo el pueblo no logra expresar.

El coro sirve de una manera particular para dar voz a la gloria y a la belleza de la liturgia, el coro da testimonio de la dimensión escatológica de la iglesia, dado que su canto prefigura el de los santos y coros angélicos de la Nueva Jerusalén, es un alegre acompañante del peregrino del pueblo de Dios, su participación es crucial para realzar la solemnidad y la majestad en los acontecimientos litúrgicos.

 

CORO Y ASAMBLEA

Algunos creen que con la restauración liturgica los coros resultan inútiles y pueden suprimirse, esto incluye en un error total de principio, si se desea iniciar, guiar y educar a la asamblea en el canto, la presencia de un coro resulta indispensable, el coro tiene algunas partes que le corresponde en exclusiva con las que la celebración cobra una nota especial de solemnidad y belleza.

Como parte de la asamblea el coro a veces conduce el canto comunitario, a veces se une a la comunidad y a veces canta solo para la edificación de la comunidad o para permitir que el ritual se despliegue de manera más expresiva. En ningún caso el Coro debería ir en contra de las normas del canto comunitario, en todas las situaciones hay que promover un cuidadoso entre las necesidades del coro y de la comunidad. EL CORO NO ESTA DELANTE DE UNA COMUNIDAD QUE LO ESCUCHA SINO QUE FORMA PARTE DE ESA COMUNIDAD Y CANTA EN SU NOMBRE, con un sentido de legítima representación, actúa en nombre de los demás y los incluye en su propia acción, no debe desdeñar el clásico gregoriano, ni la polifonía clásica y moderna, sin embargo SU USO DEBE ESTAR DE ACUERDO CON PRINCIPIOS SANOS Y NO DEBE SER USADO DE MANERA PRECONCILIAR POR RAZONES NOSTALGICAS.

"Una renovación no es fecunda más que cuando se une a la tradición. La dinámica viva requiere que renovación y tradición se desenvuelvan y confirmen en un proceso simultáneo."

 

LA MUSICA INSTRUMENTAL

En la música litúrgica no se excluye el uso de música sin palabras o instrumental. Estos dan relieve al ritmo, melodía y timbre de las palabras. La música instrumental debe entenderse como algo más que un adorno a los ritos del que puede prescindirse fácilmente, o que una decoración para realzar una ceremonia. Es más bien ministerial, ayudando a la asamblea a regocijarse, a llorar, a vibrar, a convertirse, a orar".

El órgano de tubos: resulta ser el mejor soporte del canto de la comunidad, 1) por su amplio índice acústico, 2) por la variedad de colores tonales, 3) especialmente porque el sonido es sostenido y su rica paleta de colores y timbres es superior a cualquier otro instrumento.

Los demás instrumentos musicales pueden ser admitidos a juicio de la autoridad en la medida en que puedan adaptarse al uso sagrado, sean congruentes con la dignidad del templo y favorezcan de verdad la edificación de los fieles.

El uso de música gravada es una gran tentación, especialmente cuando se carece de adecuados recursos musicales, pero esta opción debe ser desalentada por ser antiética con la naturaleza de la liturgia como acción vivida del pueblo de Dios, nada debería sustituir o impedir el funcionamiento de la asamblea en la celebración, el uso de cantores gravados aunque parezca servir para un uso inmediato tiene el efecto de desalentar en las comunidades los esfuerzos por obtener y dominar los recursos necesarios para una celebración auténtica de la liturgia.

 

EL MUSICO DE LA IGLESIA.

El músico debe conocer la asamblea y sus capacidades y limitaciones en la expresión musical, debe conocer también la acción litúrgica: sus elementos, su desarrollo, los momentos en que se espera su intervención acompañando o ambientando. No debe ser solamente experto en el instrumento sino que debe conocer y penetrarse íntimamente del espíritu de la sagrada liturgia, para que al ejercer su oficio, incluso en la improvisación sea capaz de embellecer la celebración según la naturaleza de cada una de sus partes y de fomentar la participación de la asamblea. La más importante cualidad de un músico parroquial es la efectiva capacidad de hacer música, sabiendo que los buenos intérpretes no solo tocan los instrumentos sino también los corazones.

La del músico de la iglesia es una verdadera vocación, su misión principal es EL SERVICIO, para lograr que a Dios se le rinda una alabanza llenas de armonías como el se lo merece y espera, es un educador de la fé, un pedagogo de la alabanza divina, un aguijón de esperanza, debe descollar sobre todo en el amor, el amor al pueblo de Dios al cual sirve, y especialmente al Dios de ese pueblo. Dios le ha amado de manera singular dotándolo de cualidades y oportunidades no comunes, la respuesta también debe ser la de un amor no común: agradecido, fiel y humilde. Y también un poco orgulloso, ya que no se avergüenza ni esconde los dones recibidos. Debe encontrarse con el Señor cara a cara, en una oración personal y frecuente que le permita santificarse mediante el servicio abnegado (estudio, ensayo, paciencia, perseverancia) implicado en la técnica necesaria e indiscutible de su arte, esto le permitirá hacer una síntesis entre el corazón y la técnica que redundará en beneficio y deleite suyos y de la comunidad. Será el primero en disfrutar de la belleza de la música que alimenta el alma, tranquiliza la mente, relaja nuestros cuerpos y nos transporta a lugares insospechados, debe estar convencido que el día que logremos cantar todos llenos del Espíritu la evangelización a través de la música será avasalladora, PERO NO SEREMOS NOSOTROS NI NUESTRA MÚSICA SINO EL MISMOSEÑOR JESÚS QUIEN ESTARÁ CANTANDO CON SU PUEBLO, quien de la nota inicial y final a toda música. Nosotros solamente seremos INSTRUMENTOS DE SU GRAN ORQUESTA y nuestros hermanos podrán vivir y gozar la hermosa melodía que es la MÚSICA DE DIOS.

 

LAS PRIORIDADES DEL REPERTORIO

"Al hacer la selección de lo que de hecho se va a cantar, se dará preferencia a las partes de mayor importancia, sobre todo a aquellas que deba cantar el sacerdote y sus ministros como respuesta de todo el pueblo, o el sacerdote y el pueblo al mismo tiempo."

COMPONER CON BUENOS TEXTOS.

LOS TEXTOS DESTINADOS AL CANTO SAGRADO DEBEN ESTAR DE ACUERDO CON LA DOCTRINA CATÓLICA, MÁS AÚN, DEBEN TOMARSE PRINCIPALMENTE DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS Y DE LAS FUENTES LITÚRGICAS.

 

ESTUDIAR Y ENSEÑAR LA MÚSICA SAGRADA.

Dése mucha importancia a la enseñanza y a la práctica musical, dése también una genuina educación litúrgica a los compositores u cantores, se debe procurar sobre todo dar a los músicos no solo una preparación en el arte vocal e instrumental, sino también una verdadera y auténtica cultura y sensibilización para que conozcan y aprecien las grandes obras musicales del pasado, y sepan escoger de la producción moderna lo que es sano y recto.

Es necesario redescubrir y promover la preciosa herencia que la iglesia ha recibido sobre la educación musical de niños y jóvenes. La formación musical de la juventud es críticamente importante para la vida de la Iglesia.

 

LA MÚSICA ES LA MAS EXCELSA DE TODAS LAS ARTES, SI EL HOMBRE NO HUBIESE SIDO CAPAZ DE CREARLA Y DE ENGRANDECER CON ELLA SU CORAZÓN, ESTARÍA INCOMPLETO. LAVIDA SERÍA UN ERRO. UN PUEBLO QUE NO ENCUENTRA SU PROPIA MÚSICA Y LA CANTA Y SE REGOSIJA A TRAVÉS DE ELLA, ES UN PUEBLO SIN ALMA.